Últimamente escucho mucho a mi alrededor como la gente habla de vidas insatisfechas, de intentos fracasados de saber qué es lo que quieren hacer con ellas, o que necesitan para ser simplemente felices.
Y entonces se me pasan por la cabeza miles de pensamientos como a esas personas de cosas que podría hacer para sentirme mejor yo también, más realizada, más feliz, quizá más completa.
Preparo la lista, anoto cosas, me prometo planes para cambiar de rumbo o de vida pero que causalmente son los que postergo para la próxima semana, para el mes que viene o para otra vida.
Y me doy cuenta de que no soy la única que aplaza los planes que quizá le harían más feliz únicamente por el miedo de intentarlo y que no sea como esperábamos o que quizá sea exactamente como nos lo planteábamos.
Entonces, me siento por un leve espacio de tiempo, y me paro a pensar, ¿por qué somos tan masocas?
¿Por qué si sabemos o intuimos lo que nos puede hacer felices no tenemos el valor para llevarlo a cabo?
Esta promesa hace mucho que me la hice y que puede en un futuro me la vuelva a hacer. Pero creo que como todos necesito dar ese pasito hacia delante que me saque de mi zona de confort y que me ayude a avanzar hacia mi vida soñada, aunque para ello tenga que perderme por el camino.
No pasa nada por recalcular, volver al inicio, coger otro sendero y empezar de nuevo. Porque la vida es una función de improvisación donde no se puede hacer pausa para el baño.
Así que no puedo concluir de otra manera que no sea diciéndote, ¿Improvisas conmigo o te sientas y esperas a que te cuenten cuál será tu próximo acto?
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